Carta de amor a mí mismo


Te conocí rebelde, ingenuo, soñador y... sensible, muy sensible.
La adolescencia te cambió en parte. Perdiste, quizá, algo de esa rebeldía contra los demás y la volviste contra ti mismo. te hiciste inconformista. Y la capacidad de ensoñación se convirtió en introversión y timidez extremas.
Llegó la madurez y aprendiste a aceptarte. Sigues siendo ingenuo y sensible, y eso me gusta de ti. Tu inconformismo se ha transformado en autoexigencia y en un exacerbado sentido de la responsabilidad. Te has forjado a pulso una fuerza de voluntad que a veces admiras hasta tú mismo. Y sigues soñando despierto, imaginando otros mundos más amables.
Aún recuerdas los versos de Bécquer, su leyenda de «El rayo de luna», y tus alumnos lo notan, saben que amas la literatura y que eres bueno en el buen sentido de la palabra. Y, aunque tu exceso de perfeccionismo te impide muchas veces echar a andar, no dejas de dar imperceptibles pasos. Por eso, supongo, has llegado diez veces a Santiago y recorrido más de cinco mil kilómetros a pie.
Amas con el corazón entero, aunque nunca te parezca suficiente. Y, consciente de esa carencia, te prometes intentar hacerlo cada día un poco mejor, expresarlo más a menudo y derribar las murallas que tú mismo levantas sin darte cuenta o sin desearlo realmente.
Te quiero, pese a todas tus imperfecciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario