La soledad del profesor de fondo


(Título inspirado en una novela de Alan Sillitoe)


Ser profesor no es fácil. No quiero decir con ello que el resto de las profesiones sí lo sean. No; lo único que pretendo es dejar constancia de que la profesión de docente no es una tarea sencilla.

Cuando un profesor cierra la puerta del aula, se siente «solo». Solo, aunque haya treinta alumnos en su interior. Porque, justo al cerrar, los alumnos se unen formando un bando al que el profesor se enfrenta en solitario. Y aunque mantenga una buena relación con ellos, siempre llega el día en el que le hacen ver que él está en el bando contrario.

Ahora bien, hay ocasiones en las que la frontera entre un bando y otro desaparece; ocasiones en las que el frente de guerra se diluye inesperadamente, como por arte de magia. A mí me ha pasado eso en dos ocasiones durante este curso; dos ocasiones que me permiten decir que ha sido un curso capicúa:

La primera de ellas fue allá por los meses de septiembre u octubre. Cuando, estando de guardia, entré en una clase de segundo de bachillerato para quedarme con el grupo hasta que su profesor llegara. Habían sido alumnos míos el curso anterior y, al verme entrar, sin darme tiempo a decir yo nada, prorrumpieron en aplausos... No supe qué decir, pero en ese momento sentí que dedicarse a la enseñanza merecía la pena.

La segunda fue hace tan solo unos días. Era mi última clase con los alumnos de un grupo de primero de bachillerato. Sabía que el curso siguiente no estaría en el centro y se lo dije. Les deseé suerte. Suerte en el final de curso, suerte en el curso siguiente y en las PAU, y suerte en la vida... También de pronto y de manera espontánea comenzaron a aplaudir. Sonó el timbre entonces y se levantaron para ir al patio, pero algunos se acercaron hasta mí, me estrecharon la mano y me dieron las gracias por mis clases... Volví a quedarme sin palabras. Aunque, por dentro, mi cerebro o mi corazón no paraban de hablar. También yo les daba las gracias a ellos. Gracias por su agradecimiento y por dejarme saber que, pese a las muchas inseguridades y dudas que acostumbro a sufrir en solitario, no debo de hacerlo todo mal...

Al unir ambas experiencias, me viene a la cabeza algo que en el fondo los profesores sabemos perfectamente. Algo que es lo que hizo que nos decidiéramos por esta profesión. Algo que a veces los alumnos parecen querer hacernos olvidar, pero que, cuando se descuidan y bajan la guardia, aflora nueva e irremediablemente a la superficie para recordarnos por qué seguimos dedicándonos a la enseñanza. Y ese algo es que, obviamente, profesores y alumnos estamos en realidad en un mismo bando, en el único existente: el de conseguir que puedan llegar a ser lo que ellos deseen, y, de esta manera, construir juntos un mundo mejor.

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